La crisis financiera de 2008 causó estragos en una gran parte del mundo. Familias asfixiadas por las deudas, despidos, gente sin trabajo, desahucios y recortes a diestro y siniestro. Subsistir —ya no la realización personal— se erigió como el único y supremo objetivo a alcanzar. El mundo se desmoronó como un castillo de naipes, fruto de un feroz capitalismo que —en vez de salvar a las personas— hurgó más en la herida con el rescate a los bancos y las mermas sociales.
Ken Loach refleja esta sordidez en la figura de Ricky, un padre de familia quien, tras muchas dificultades y una entrevista esperanzadora, consigue encontrar trabajo. En un principio, se suponía que era autónomo porque dirige una franquicia como conductor de reparto, pero realmente está supeditado a la supervisión de Maloney, un empleador duro e inflexible que trata a los conductores como números. Lo cierto es que tiene que trabajar catorce horas de lunes a sábado y, si por cualquier motivo un día no puede hacerlo (enfermedad, fuerza mayor, etc.), debe de buscar un sustituto y pagarle, so pena de sanción por parte de la empresa principal. Además, también se le multará si no realiza las entregas a tiempo. Por todo ello, Ricky se encuentra diariamente sometido a una gran presión y a un continuo estrés.
Por su parte su mujer —Abby— trabaja como cuidadora a domicilio. Ha vendido el coche para que su marido pueda alquilar la furgoneta. Por esa razón se ha visto obligada a acudir al trabajo en autobús con el riesgo de no llegar a hora a las casas de los pacientes que tiene que visitar. Por último, el matrimonio tiene un hijo idealista y rebelde (se salta clases en el colegio y se reivindica como grafitero) que discute con su padre, y una hija de once años que sufre la tensión familiar. Como se puede observar, el panorama para la familia es bastante desalentador.
El realizador expone este drama social y, al mismo tiempo, denuncia el manido relato capitalista de que quién es pobre es porque se lo merece. Como una letanía, solemos escuchar el cuento de que el éxito se consigue solo si eres emprendedor y luchas por superarte. Precisamente, la misma retórica que le transmite Maloney, su encargado, y que al final Ricky fagocita y asume (extrapolable, también, a la población en general).
Aparte de esta doble recriminación, el director británico diseña una soberbia crónica vital — con unos padres abnegados y unos hijos que intentan solidarizarse con el ente que conforma la familia— donde se articulan las penurias, las alegrías y los claroscuros del devenir humano.
El trabajo actoral, la expresión cinematográfica y su acertado guion ayudan, más si cabe, a mejorar esta película que —al margen de sus innegables méritos— se me antoja como realmente necesaria.
SORRY WE MISSED YOU. 2019. Reino Unido Unit. Color. 101 Min.
Dirección: Kean Loach
Intérpretes: Kris Hitchen, Debbie Honeywood, Rhys Stone, Katie Proctor, Alfie Dobson , Charlie Richmond, Ross Brewster, Julian Ions, Sheila Dunkerley, Maxie Peters, Christopher John-Slater, Dave Turner
Guion: Paul Laverty
Música: George Fenton
Fotografía: Robbie Ryan
Fotografía: Robbie Ryan
Críticas de Ken Loach (clicar en este mismo enlace para leerlas)
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