miércoles, 22 de febrero de 2023

(4) LOS AMANTES CRUCIFICADOS (1954), de Kenzi Mizoguchi

Amores imposibles
Las normas —tanto legales como consuetudinarias— se encuentran alejadas de las libertades individuales. Nos enfrentaríamos con un dilema ético si lanzáramos la pregunta sobre la justicia de cada reglamento que se aplica en los distintos escenarios que puedan existir. Sociedades de siglos atrás, sin valores puramente democráticos donde las diferencias jerárquicas estaban muy marcadas, eran entornos muy propicios para conculcar cualquier derecho humano. 
En el Japón del siglo XVII, dentro de una sociedad feudal, existía un gran desequilibrio de clases, además, la mujer desempeñaba un papel secundario. El adulterio estaba criminalizado, hasta el punto —siempre que no fuera un hombre acaudalado, claro— de llegar a la crucifixión como castigo. 
El film, aparte de reproducir la adaptación teatral (kabuki) del siglo XVII, dibuja un alegato en contra de las desigualdades sociales, de la misoginia reinante y de una sociedad donde la hipocresía y la doble moral estaba por todas partes. Es realmente triste observar las muestras de vasallaje, servidumbre y acatamiento de la población frente a aquellos personajes con más autoridad (nobles, empresarios, etc.). Atados en el metal de una cadena invisible, perenne y amenazadora, el ciudadano común sólo podía agachar la cabeza y hacer las reverencias pertinentes para no ser mordido por el colmillo del omnipotente "Gran Hermano" del poder estatal. 
Una organización social donde —especialmente el género femenino— estaba determinado y condicionado a una vida que no había sido elegida por la persona que la tenía que vivir. De este modo, podría tocarte pasarte una gran parte de tu existencia con un hombre que, además de tener más de treinta años de diferencia de edad-- no reunía, ni mucho menos, las condiciones necesarias que se necesitan para convivir con una persona. Por otra parte, el amor —entendido como aquel sentimiento de abnegación y afecto hacia otros— estaba maltratado y menospreciado, como una pulsión humana perversa que sólo estaba reservada para las clases más privilegiadas. 
En verdad, Los amantes crucificados, habla mucho sobre la pasión y las emociones del alma  —algo que en un principio es platónico, etéreo e intangible— y que después, a medida que los hechos conforman una figura con piezas de Eros, acontece en una excitación e ilusión valiosísima por lo que vale la pena venir a este mundo. También es una rebelión contra las normas absurdas de la sociedad cuando los dos amantes, a pesar de estar a punto de completar el suicidio, deciden tener derecho a la vida y amarse eternamente
Todos esos elementos son tratados de una manera sutil y acertada por Kenji Mizoguchi donde los escenarios, la puesta en escena y los movimientos de cámara son auténtica poesía visual, sobre todo en su última escena donde los protagonistas encima del pequeño caballo y de espaldas el uno del otro, van felices y contentos cogidos de la mano hacia su inexorable final .

CHICAMATSU MONOGATARI. 1954. Japón. Blanco y Negro. 102 Min.
Dirección: Kenzi Mizoguchi
Intérpretes: Kazuo Hasegawa, Kyôko Kagawa, Eitarô Shindô, Eitarô Ozawa, Ichiro Sugai, Haruo Tanaka, Yôko Minamida, Kazue Tamaki, Hiroshi Mizuno, Hisao Toake, Tatsuya Ishiguro, Chieko Naniwa
Guion:  Yoshikata Yoda, Matsutaro Kawaguchi. Obra: Chikamatsu Monzaemon
Música: Fumio Hayasaka
Fotografía: Kazuo Miyagawa

Las Hermanas de Gion (1936), Cuentos de la Luna Pálida de Agosto (1953), La Calle de la Vergüenza (1956)

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