De negros y maricones
Lo sé. Impacta leer el titular de esta crítica. Primero, porque no se sabe de qué trata, y segundo, porque, dado el uso y el tono popular de la frase, resulta un poco repugnante. Debo confesar, sin embargo, que este encabezado es intencionado. Como autor, quiero despertar la conciencia del lector hacia colectivos que, debido a su marginalidad, han sido vilipendiados a lo largo de la historia. Además, también tengo el propósito de jugar con el lenguaje. De hecho, en la película no se pronuncian ninguna de las dos palabras; al contrario, sus connotaciones dan miedo a la gente y, para evitarlas, se emplean expresiones como "de color" (para la comunidad negra) o "suave" o "uno de esos" (para referirse a los gais). Pero, claro, estamos en los años cincuenta en los Estados Unidos, donde impera el racismo y la intolerancia sexual, un lugar difícil para aquellos que tienen una raza u orientación sexual distinta a la mayoría. Lamentablemente, aunque se ha avanzado mucho, todavía hoy se suelen emplear estos términos de forma despectiva.
Far from Heaven —título poético y revelador— es una historia de prisiones invisibles con tres personas que viven cautivas en sus respectivas burbujas. El marido; en la de una orientación sexual que debe ocultar día tras día, la esposa; en la de un ama de casa atrapada en las directrices de la familia burguesa americana, y, finalmente, el jardinero; en la de su condición de afroamericano en una sociedad profundamente xenófoba y excluyente
La obra se centra en la figura de Cathy Whitaker. Abnegada esposa, ama de casa, un modelo de bonhomía que, como una esclava del siglo XX, vive encerrada en los cánones sociales del contexto de la época: "sé una buena esposa", "cuida de tus hijos", "tráele las zapatillas a tu marido cuando llegue del trabajo", "sal de vez en cuando a tomar café con tus amigas, pero no te permitas el lujo de sentir, liberarte o vibrar". Es imposible no apreciar su calidad humana: altruista, empática y contraria a las desigualdades sociales. Sin embargo, no encuentra sinergia ni reciprocidad alguna con su marido, un hombre común dentro del marco de la sociedad norteamericana de aquella época: principal sustento económico de la familia, moderado y juicioso. Un estandarte del "sueño americano", en definitiva.
Esa forma de vida tan arraigada a mediados del siglo pasado comenzó a cuestionarse gracias a los movimientos sociales de los años sesenta y setenta. No obstante, todo ese mundo idílico se tambalea cuando Cathy descubre la doble vida de su marido. Conversión sexual incluida, la pareja intenta reconducir la situación, pero, como dice el refrán: “la cabra siempre tira al monte”, y la crisis matrimonial se infla como un suflé hasta explotar. Frank Whitaker, el marido, es un analfabeto emocional, distante, que no muestra ni un ápice de afecto hacia su mujer ni hacia sus hijos. Al salir a la luz su vida paralela, ambos intentan disimular una situación irreversible que, finalmente, se deshace por completo. Podríamos decir que los dos son víctimas de una sociedad opresora, pero sería injusto obviar aspectos de la personalidad que podrían mejorar las condiciones desfavorables en las se encuentran.
Sin embargo, todavía hay un tercero en discordia. Es el jardinero, Raymond Deagan, un personaje crucial en la trama donde, dentro de esa vorágine de crueldad, se crea una hermosa historia de amor inconfesable entre la señora Whitaker y él. La conexión emocional entre ambos se percibe en el ambiente. A veces no hace falta que digan nada; bastan los gestos, las miradas, las conversaciones o el simple hecho de pasártelo bien (reír) con la otra persona. Desafortunadamente, todo se desmorona por estar en un mundo que impone barreras a las emociones.
Esta cinta es, a la vez, muy profunda y muy sencilla. La profundidad viene porque explora el machismo, la intolerancia, el racismo y la exclusión social. Porque se encarga de romper esquemas y de brindar a nuestra existencia el simple hecho de vivir y disfrutar. Porque muestra como ejemplo una sociedad antihumana, constreñida, que lo cataloga todo y que está marcada por normas absurdas. Una cultura que ha dejado una huella residual en las nuevas generaciones. Por otro lado, la sencillez proviene de un guion que engancha desde el principio y de unas imágenes que muestran los suburbios de la clase media americana, con paisajes uniformes que formaban parte de una comunidad aparentemente idílica. Es como transportarte desde la ingenuidad hasta la empatía, para ponerte en el lugar del otro y reflexionar sobre la opresión de un par de almas que solo buscan socializar y amar.
El resultado de todo es un bellísimo melodrama acompañado por una estupenda banda sonora de Elmer Bernstein. Y sí, no merece el titular que encabeza este artículo, pero de alguna manera quería simbolizar el despropósito de la intransigencia que daña y pudre este mundo. Porque, al fin y al cabo, no se trata de negros y maricones. Se trata solo de personas de personas humanas.
FAR FROM HEAVEN. 2002. Estados Unidos. Color. 107 Min.
Dirección: Todd Haynes
Intérpretes: Julianne Moore, Dennis Quaid, Dennis Haysbert, Patricia Clarkson, Viola Davis, James Rebhorn, Celia Weston, Michael Gaston, Bette Henritze, Ryan Ward, Lindsay Andretta
Guion: Todd Haynes
Música: Elmer Bernstein
Fotografía: Edward Lachman
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